Su largo cuerpo moreno, delgado y débil apenas cabe en la cama del Centro de Salud de Piedras Negras Coahuila, Cristóbal apenas podía hablar, sus mandíbulas estaban unidas por una férula de metal que no le permitía abrir la boca ni siquiera para comer, lo alimentaban con un popote, esto lo mantuvo al borde de la muerte por mas de 30 días.
Llegó a la ciudad para cruzar el Río Bravo y llegar a los Estados Unidos, - sus “viejos” , como el dice viven en Juventino Rosas, Guanajuato, trabajan el campo para “medio comer”, no pueden sembrar mucho, no hay agua, un primo le contó maravillas sobre la vida en Estados Unidos y los dos salieron del pueblo en busca de mejores oportunidades.
Los grupos de migrantes que recorren las calles en la frontera son muy notorios, compuestos generalmente de hombres con cara de cansancio se advierte en sus rostros, viajan con un pequeño “liacho” de ropa y un garrafón con agua.
Ya tenía días de haber llegado a la frontera, se la había pasado deambulando y durmiendo en las riveras del Río Bravo y solo estaba esperando un descuido de la patrulla fronteriza para internarse, pero al intentar cruzar fue atacado por delincuentes y lo golpearon tan fuerte que le desprendieron la mandíbula, fue encontrado por los del grupo BETA, quienes recorren esos lugares, lo encontraron herido en la rivera e inmediatamente lo trasladaron al Centro de Salud.
-No sabes en la bronca que te metiste- dijo el comandante del Grupo Beta al director del centro de salud local-si este hombre vomita, morirá-, ambos sabían que no hubiera otra manera de unir la mandíbula.
Sin embargo no sucedió así, los aspirantes a indocumentados desarrollan capacidades para resistir hambre, sed y atracos que no cualquiera, Cristóbal tiene 33 años y desde muy niño se ha dedicado al campo y a soportar el calor.
En la mesa, a un lado de su cama de hospital, tiene una Biblia, “a veces la leo”, dijo con una voz que apenas puede entenderse, “no tengo otra cosa que hacer”, “los días pasan muy lentos”, “No se que hacer, si regresarme o volver a intentarlo” “No me gustaría regresar derrotado”.
El primo lo abandonó a su suerte, no tiene a donde ir y desde que llegó a la frontera se ha dedicado a vagar por la rivera del Río en busca de alguien que lo ayude a pasar.
El Río Bravo esta fuertemente custodiado del lado americano, muy pocos lo logran y cuando lo hacen son capturados en el desierto unos kilómetros más adelante.
Además el río lleva mucha agua, solo en partes se puede pasar caminando, también tiene remolinos internos y muchas ramas en el fondo, en donde se han atascado muchos e incluso supo que habían aventado caimanes, a sus aguas, ya muchos migrantes han perdido la vida en este Río.
Los médicos que lo atendieron a manera de apuesta decían “ no se va a regresar”, lo va a intentar de nuevo, “así son todos, no se dan por vencidos”.
Así fue Cristóbal resistió el tiempo necesario para curarse y salir del Centro de Salud por su propio pie.
Días después se le vió deambulando por la rivera del Río y durmiendo por las noches en un colchón abandonado, acompañado de grupo de migrantes haciendo planes para intentar de nuevo cruzar.
“Como en los albergues” dijo, “una vez al día” “y por las noches me quedo aquí esperando que se descuiden un poco los agentes de migración”, él sabe que tiene pocas oportunidades pero no se da por vencido.
En la frontera los albergues proporcionan comida a los “mojados” durante el día, y solo tienen capacidad para atender a algunos de ellos por la noche y sólo con la condición de que una vez que consigan la manera de regresarse lo hagan en un plazo no mayor de tres días, si no son expulsados automáticamente.
Las riveras del Río Bravo son muy peligrosas para los aspirantes a indocumentados que llegan en grupos generalmente, también son frecuentadas por pandillas y narcotraficantes, el agua que logran transportar que solo son cuatro litros resulta insuficiente cuando se internan en el desierto, las temperaturas en verano alcanzan los 50 grados al sol.
Cristóbal comentó que no tenía los medios para regresarse a su tierra, su recorrido de aproximadamente 26 horas hasta su lugar de origen cuesta caro.
“No me he podido comunicar con mis viejos” “ y ya llevo mas de un mes aquí, me duele que estén preocupados, no saben nada de mi” dice con tristeza, “ya pasó lo peor y ellos no se dieron cuenta, fue mejor así”.
Después de esto ya no se volvió a ver a Cristóbal, o finalmente lo logró o se regresó a su casa como muchos otros, diariamente son deportados en grupo por la mañana y a veces en la madrugada por los agentes de migración, cansados, desaseados, hambrientos y en ocasiones con algunas heridas provocadas durante su intento por huir de la patrulla fronteriza.
Las riveras del Río Bravo se han vuelto un botín para los delincuentes que se dedican a despojar de lo poco que puedan traer los migrantes, estos se quedan varados pues no tienen los recursos para regresarse ni tampoco para pagar un “pollero” que los cruce, ya que las cuotas son de varios miles.
Admirablemente Cristóbal resistió todas las penalidades a que se exponen los que quieren vivir más cómodamente, la miseria los exilia del campo y pocas veces logran alcanzar su sueño, a veces logran pisar unos cuantos kilómetros del lado americano….